Una persona que trabaja en una entidad pública, una cliente que aprecio mucho, me suele decir que le sorprende mi capacidad para darle respuesta tan rápido a las reflexiones e informes que me pide. Y yo siempre le contesto lo mismo: es sólo una cuestión de concentración. No hay punto de comparación entre la tranquilidad que yo puedo conseguir, aislado en mi despacho, para pensar y escribir; y la de ella, que vive instalada en un ambiente de constante interrupción, donde nadie respeta el momentum reflexivo del otro.
Este es un tema serio, muy serio, del que me apetecía escribir desde hace tiempo. Hoy me parece aún más grave, y lo sé por varios clientes y colaboradores que se me quejan constantemente de que apenas tienen tiempo para pensar en los temas relevantes. Viven en un contexto sobreexcitado, que les obliga a correr como pollos sin cabeza, con una agenda plagada de tareas “urgentes” que posponen indefinidamente los asuntos “importantes”. Y lo peor es que tienen un margen mínimo para cambiar esa dinámica porque les viene dado todo por factores externos, que están determinados por el modo en que está concebido el sistema.
Sé que esto ocurre mucho en la empresa privada, pero en la administración pública este problema se agrava a niveles insoportables, porque hay menos presión competitiva así que “no pensar bien” puede pasar más inadvertido. Lamentablemente, en el sector público hay más presión por cumplir lo establecido que por mejorar.
Es crítico que las personas con responsabilidad en la Administración dispongan de tiempo para reflexionar sobre los retos complejos que tienen por delante. Cualquier proyecto de innovación o transformación pública necesita un período de reposo, para hacer buenos diagnósticos y poder metabolizar con criterio las posibles alternativas de solución. Sin embargo, esa es una práctica saludable que se menosprecia en el sector público. Se respeta muy poco el reclamo de los cuadros directivos de disponer de tiempo “libre” para poner orden a sus prioridades y profundizar en las líneas de trabajo.
¿Por qué ocurre esto? Voy a compartir mi experiencia de trabajar con responsables públicos, y observar las dificultades que tienen para lograr la necesaria concentración que yo sí alcanzo en mi trabajo:
1. Actividades de representación: La agenda de los responsables públicos está repleta de compromisos de este tipo. Se entiende en parte que sea así, pero aquí se hace una gestión nula de prioridades. Los costes de oportunidad de tener que aparecer en la foto, de estar por estar en todos los sitios, son elevadísimos. Algún día encontraremos la forma de medir esto.
2. Interrupciones: El tiempo perdido en interrupciones es tremendo. Nadie respeta el tiempo de los demás en la Administración porque, en definitiva, es “tiempo público” que debe estar siempre disponible para los demás. Reciben constantes llamadas mientras están en el despacho, entra cualquiera a plantear cualquier chorrada, y así no hay manera de que consigan el foco que necesitan para pensar bien.
3. Burocracia superflua: Solo para justificar lo que han hecho ya se necesita consumir buena parte de la agenda con trámites administrativos perversos, que roban un tiempo precioso para pensar en lo importante.
4. Caprichos de lo/as jefe/as: La cultura jerárquica en la Administración es brutal. Más aún cuando son cargos de confianza, cuya continuidad depende totalmente de tener contentos a sus jefe/as. Y éstos no se andan con chiquitas para estropearles los planes e invadirles la agenda con cualquier tema de menor importancia. Me consta, por clientes con los que trabajo, que es muy común que lleguen a la oficina con un plan hecho, entusiasmados con la idea de que por fin tienen un día para reflexionar, y en cuestión de minutos, alguien (a menudo sus jefe/as) se lo destroce, total… “para pensar siempre habrá tiempo”.
5. Que piensen y decidan los de arriba: La misma cultura jerárquica que legitima colonizar agendas de otros, también sirve para justificarse echando balones fuera. En la Administración parece haberse instalado la percepción de que pensar es una cuestión de los de arriba, porque es ahí donde se decide realmente: “si no hay tiempo para pensar, ya me dirán los de arriba qué debo hacer. Lo mío es ejecutar”.
6. Cuando piensas parece que no estás trabajando: Si un cargo público intenta encerrarse en modo “solo-pensar“, eso se interpreta como que no está haciendo nada. Tiene mejor imagen el funcionario o empleado público hiperactivo, que está siempre haciendo cosas como pollo sin cabeza, que uno sentado, tranquilo, aislado, reflexionando. Si no te muestras en la foto, parece que no trabajas, como si se pudieran conseguir buenos resultados sin dedicar tiempo a poner en orden la retaguardia.
7. La agenda total, sin holguras: Las agendas de los directivos públicos no contemplan la posibilidad de reservarse días o sesiones para pensar. Lo que habitualmente se hace es rellenar toda la semana con compromisos externos, desde reuniones hasta actividades de representación. En la práctica resulta difícil explicarle al jefe o jefa que no puedes ir a un sitio, o no puedes recibir a alguien, porque te has reservado ese día “para pensar”. No sé por qué es tan difícil entenderlo, pero en la práctica lo es.
8. El teletrabajo está proscrito en la Administración: Una manera de atenuar, en parte, este déficit sería que el cargo público se pueda quedar en casa, o en un sitio distinto a su oficina habitual, al menos una vez a la semana o quincena, para trabajar en un entorno aislado, sin interrupciones, que facilite la concentración. Pero, inexplicablemente, el teletrabajo en la Admón. se ve mal y parece estar proscrito. Eso explica que, en la práctica, los cargos públicos tengan que dedicar, si pueden, buena parte de sus fines de semana a hacer tareas de reflexión que deberían poder hacer durante su tiempo de trabajo.
En fin, esto hay que resolverlo de alguna manera. No podemos tener una Administración sobreexcitada, corriendo como pollos sin cabeza, porque apenas tiene tiempo para pensar. Y la solución no es, como estamos viendo, subcontratar a consultores externos para delegar esa función que debería ser inherente al puesto público.
Soy tan sensible a este problema, que aprovecho para contar que he recibido propuestas para cargos públicos en el ámbito de la innovación que eran realmente interesantes, y siempre las he rechazado por distintas razones, pero una de ellas, quizás la más determinante, es que yo no podría asumir ninguna responsabilidad en la que no me den tiempo para pensar. Con lo estimulante que es la práctica reflexiva, sigue siendo un misterio para mí que en la Administración esto no se entienda, siendo el sitio donde más se necesita y donde más factible debería ser.
NOTA: La imagen del post es del álbum de adrienlotz en Flickr. Si te ha gustado el post, puedes suscribirte para recibir en tu buzón las siguientes entradas de este blog. Para eso solo tienes que introducir tu dirección de correo electrónico en el recuadro de “suscribirse por mail” que aparece en la esquina superior derecha de esta página. También puedes seguirme por Twitter o visitar mi otro blog: Blog de Inteligencia Colectiva.
