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¿No hay otra salida que un Referéndum pactado? (post-550)

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PP y Govern lo han conseguido. Se han buscado entre sí en el juego del desprecio y la provocación, para llegar a un punto sin retorno: el Referéndum, o como se llame, es inevitable. No hay ningún punto de equilibrio sostenible distinto a la consulta, y me gustaría estar equivocado porque también sé que es harto difícil llegar a él.

Los que creen que el Referéndum es evitable, lo hacen pensando en dos posibles salidas. Una, los que siguen apostando por la postura suicida de las prohibiciones y el sometimiento legalista. La otra, quienes ven todavía la posibilidad de negociar una tercera vía de más autogobierno, un marco plurinacional que redistribuya cuotas de soberanía. En mi opinión, la primera no tiene ningún futuro y sólo sirve para fabricar más independentismo. La segunda tiene más posibilidades pero tiene dos grandes obstáculos que superar: 1) la resistencia de otros territorios autonómicos españoles a reconocer el hecho diferencial catalán con todas sus consecuencias, ejerciendo presión desde dentro de los partidos para que no se le trate de un modo especial, ni se le concedan privilegios a Cataluña, lo que reduce mucho el margen de maniobra para ofrecer contrapartidas atractivas, 2) la desconfianza (y la percepción de fuerza) acumulada en el independentismo, que no parece estar dispuesto a aceptar nada distinto al premio gordo de un referéndum que les abra a la hipotética posibilidad de la independencia. El escenario actual les parece tan favorable y han llegado tan lejos, que no se van a conformar con menos.

No entender esto y creer que la presión de los soberanistas catalanes va a cesar bien a base de represión o bien por “aguantar a lo Rajoy hasta que la tormenta amaine“, no comprende nada. Honestamente, no creo que renuncien al Referéndum ni siquiera a cambio de mayores cuotas de soberanía compartida y/o un marco de financiación que se perciba como más justo para Cataluña. Hemos llegado a un punto en el que el Referéndum se ha convertido en un fin en sí mismo, en una cuestión de dignidad, más allá de una mera cuestión de ver que te doy y que me das.

En cualquier caso, lo que a mí me parece claro a estas alturas es que todo esfuerzo de prohibir por las malas la realización de una consulta es alimentar por efecto-rebote el caudal independentista. A más se retrase lo inevitable, o se perciba el Referéndum como un mal necesario, hecho de mala gana (en vez de una oportunidad para recobrar la confianza y clarificar una situación ambigua), más antipática y perdedora será la opción pro-española cuando se llegue a las urnas, a las que se va a llegar, sí o sí.

Ya lo dije en un texto que escribí allá por 2015 cuando expuse mi opinión sobre 27S en Cataluña: me parece un insulto al sentido común que se defienda la idea de que los derechos de Cataluña se tienen que decidir en una votación de todo el estado español, o sea, que 39 millones de no-catalanes determinen las preferencias de los 7 millones que viven allí. Es como si para separarme o divorciarme de mi pareja me exigieran por ley que ella, mis hijos y mis suegros estén de acuerdo, que tengan derecho al veto, dado que ellos también tienen intereses y sensibilidades afectadas por mi separación. Ese es un absurdo que no se sostiene. Nadie más que yo puede decidir con quién quiero convivir. La autodeterminación de un territorio ha de ser una cosa exclusiva de los habitantes que viven allí, como lo sido en Escocia respecto del Reino Unido, en Quebec con Canadá, o incluso, el Reino Unido en su consulta del Brexit. Podemos entrar en todos los legalismos que se quieran, y es cierto que hay muy pocos precedentes internacionales donde se haya ejercido ese derecho sin haber una situación colonial, pero para mí está claro que, desde el punto de vista legítimo, si un territorio se plantea la posibilidad de escindirse de otro, el mecanismo de consulta debe limitarse a las personas que residen allí. El factor territorial plantea unos límites: ¿quién, en su sano juicio, puede esperar que un referéndum ampliado a todo el Estado ofrece alguna posibilidad de que gane el SÍ? Un referéndum tiene sentido si busca respuesta a un dilema no resuelto con unos resultados que no sean previsibles de antemano.

Quiero detenerme ahora en el efecto que produce dentro de Cataluña esta obsesión de prohibir el derecho a decidir. No es difícil imaginarse lo terriblemente antipático que resulta defender la opción de negar el voto. Mucha gente en Cataluña que está a favor de seguir dentro de España se queda sin discurso, ni argumentos, cuando se les recuerda que votar no hace daño a nadie porque siempre tienen la opción de votar NO. No es lo mismo defender el derecho a votar NO, que el de negar o prohibir que la gente se exprese. Por eso creo que, si se permitiera la posibilidad de votar, mucha gente que ahora parece invisible saldría de la cueva porque se sentiría liberada para defender su opción de permanecer en España. El bloqueo actual está sirviendo para confundir o equiparar el reclamo del derecho a decidir con el de querer la independencia, lo que refuerza la impresión de que hay más independentistas de los que hay, que a su vez puede terminar produciendo un efecto de profecía autocumplida.

La presión internacional va a crecer. Se va a multiplicar. Lo estamos viendo con el rechazo generalizado que ha provocado en los medios extranjeros las últimas intervenciones policiales del gobierno de Rajoy. La simpatía internacional hacia la causa catalana aumenta, y el independentismo es hábil para alimentar esa tendencia. Sabe hacerlo y le está funcionando. Los gobiernos son siempre conservadores y prudentes, pero la opinión pública llega más lejos, y puede terminar cambiando percepciones. Los excesos testosferónicos de Rajoy echan más leña al fuego, y en un escenario de confrontación, siempre atrae las simpatías el que parece más débil.

Madrid entra al trapo una y otra vez. Confiar todo a la respuesta policial y judicial es de una irresponsabilidad política grotesca. Lo grave es que el PP es un partido que no sabe moverse fino en la complejidad, y por tanto no parece apto para dar respuesta en este escenario. De hecho, el problema de Cataluña es tan grave, tan medular para España, que podría justificar una moción de censura y elecciones anticipadas. El PP y Rajoy reaccionan a las provocaciones del modo exacto que buscan los provocadores. No pivotan, no anticipan los efectos colaterales, ni el impacto político mas allá del apego a una legalidad interesada. En un momento de flexibilidad y búsqueda de espacios comunes, el PP ha gastado ya demasiados cartuchos, ha quemado tantas naves que su margen de credibilidad para una negociación tiende a cero. Por otra parte, un gobierno en la Moncloa que es antipático y muy rechazado desde Cataluña siempre genera un corrimiento de votos hacia la opción independentista que no se daría de tener en Madrid un gobierno que se perciba más integrador y progresista. He escuchado decir a muchos catalanes que no quieren estar en un país que elige como presidente a un tipo como Rajoy. Esa no debería ser una razón suficiente para querer la independencia, pero para muchos en la práctica lo es.

Para colmo, los grandes partidos españoles siguen actuando en clave de electorado no-catalán, del que vive en el resto del estado, y ninguno se preocupa realmente de conectar con la sensibilidad de la gente que vive en Cataluña. La inmensa mayoría de los gestos son para complacer al nacionalismo español, para mostrar firmeza ante toda sospecha de condescendencia hacia el diferendo catalán. Ningún partido español va a conseguir revertir nada si no empieza a pensar también en clave de sensibilidad catalana, lo que implica coraje, iniciativas atrevidas que reconozcan la diversidad, y asumir riesgos de perder votos del votante español más centralista, que es reticente a aceptar un trato especial con Cataluña.

Por todo esto, en mi opinión, al estado español no le queda otra opción que retomar la iniciativa, de forma proactiva, proponiendo un referéndum escrupulosamente negociado y pactado, para centrar los esfuerzos y la artillería argumental en cómo hacer que gane el NO. En vez de seguir batallando en una guerra interminable y perdida de prohibir la consulta, debe asumir que hay que hacerla, de buena gana, con una narrativa en positivo, para a partir de ahí poner todas las energías en defender el NO.

Insisto en la importancia del discurso en positivo. Hay que creerse la consulta desde una postura genuina de justicia y generosidad democrática. Ya es hora de que dejemos de especular con las estadísticas y que la gente hable con su voto.

El Referéndum, como he dicho, es inevitable. Pero no vale cualquiera. Toda la energía perdida en prohibirlo habría que canalizarla para pactar un ejercicio de consulta que ofrezca verdaderas garantías. Las condiciones de un eventual Referéndum deben ser negociadas al detalle, de tal modo que no quede nada a la improvisación. Esto quiere decir, y ahí voy a ser enfático, que si las dos partes no se ponen de acuerdo en las condiciones, no hay consulta. No puede haber nada vinculante si las dos partes no aceptan las reglas de juego. Insisto, puede haber desde Madrid una aceptación de hacer el referéndum, pero si no se llega a un acuerdo para pactar condiciones mutuamente aceptables, no se hace. Así que la aceptación de la posibilidad del Referéndum seria solo un primer paso de un largo recorrido para que realmente se haga. Lo más difícil va a venir después, en la negociación de las condiciones, para que se minimice la ambigüedad que solo sirve a los populistas.

He estado pensando en esas condiciones, así que voy a resumir en algunos puntos lo que para mí serían unas condiciones justas y mínimas. Opino que un “Referéndum pactado” tendría que cumplir estas reglas de juego, y que si fuera así, no habría nada que temer por ninguna de las dos partes para acordar una consulta, en la que voten solo los habitantes de Cataluña:

1. Imparcialidad y plenas garantías para ejercer el voto en libertad:

Tiene que pactarse una entidad absolutamente independiente, con todas las prerrogativas, para gestionar el referéndum con las máximas garantías de imparcialidad. No confío, ni harto de vino, en la Generalitat, ni en el gobierno de España, para gestionar una consulta de esas características. Esta entidad gestora tiene que empoderarse legalmente para denunciar e intervenir de forma expedita ante cualquier intento de manipulación o presión de la opinión de los votantes. No se puede permitir que se ejerza ningún tipo de represión, discriminación o presión social (como está ocurriendo ahora en Cataluña) sobre la opción de voto de cualquier colectivo. Las “minorías silenciosas“, estén en el lado que estén, deben poder expresarse con plena libertad. La libertad de opinión debe quedar protegida de forma clara e incontestable. Asimismo, ni el gobierno central, ni la Generalitat pueden usar recursos públicos para beneficiar o favorecer ninguna opción, más allá de los acordados y fiscalizados por la entidad independiente que gestione el Referéndum.

2. A las urnas se va con las cuentas claras:

Un referéndum pautado debe dejar claro de antemano qué significan las dos opciones, en caso de ganar. Me explico. No debería repetirse el desastre del Brexit donde los partidarios del NO (y la propia Unión Europea), como nunca esperaron que ganara el SÍ, descuidaron precisar qué costes reales implicaría una separación. En el caso de España habría que negociar de antemano qué pasaría si gana el SÍ, sabiendo que efectivamente puede ganar. De tal modo que cuando el votante vaya a las urnas sepa meridianamente qué va a ganar y qué va a perder, sin género de dudas, para que no se lleve sustos. Por ejemplo, deberían quedar claras algunas posturas como las siguientes: si España va a vetar la permanencia o entrada de Cataluña en la UE, qué parte de la deuda española le correspondería asumir a Cataluña si se independiza, cómo se reparten los activos comunes y las interdependencias, qué ocurre con la nacionalidad, que pasaría con los catalanes que viven en el resto de España y viceversa, y todas las demás consecuencias relevantes que para los ciudadanos de cada territorio implicaría una eventual separación, o seguir juntos. Todo en negro sobre blanco, para que a la hora de votar, las dos partes sepan bien las consecuencias, los costes reales y pactados que se van a derivar de elegir cada opción. Dejar eso abierto y ambiguo, como ocurrió con el Brexit, solo sirve para realizar ejercicios populistas de especulación que prometan un futuro escenario falseado. Tanto para el SI (separarse) como para el NO (quedarse), los votantes tienen que saber A PRIORI a qué se atienen si optan por una u otra alternativa, con las garantías de haberse documentado previamente entre las partes. Se ha visto que el “vota ahora, y ya se verá” es muy peligroso. Las consecuencias tienen que estar claras y eso también implica un larga y compleja negociación previa al referéndum.

3. Derecho de autodeterminación, sí, pero para todos:

El derecho a la autodeterminación tiene que ser completo y hasta las últimas consecuencias. Esto quiere decir que si se ampara el derecho a que Cataluña, si lo desea, se separe de España, también habría que amparar el derecho a que cualquier territorio dentro de Cataluña quiera hacer lo mismo respecto de ella. Por ejemplo, esa posibilidad se activaría si una mayoría significativa de la ciudad de Barcelona, del Valle de Arán, o de un municipio de la costa catalana desea separarse de un eventual estado catalán independiente. Los que reclaman el derecho de autodeterminación de un territorio, con el que estoy personalmente de acuerdo, están en la obligación de ser coherentes. No puede valer solo para lo que les conviene. Hay precedentes internacionales de esto porque la llamada Ley Federal de Claridad, que regula las bases de la secesión en Quebec, consagra ese principio de forma explícita. Así que un Referéndum debe reconocer a la vez ese derecho al interior de Cataluña. Si no es así, me parecería una incongruencia como la copa de un pino.

4. Una mayoría simple no es suficiente:

Me parece imprudente e irresponsable que el resultado de un hipotético referéndum pactado se decida por unos cientos o miles de votos. Esto ya lo expliqué en mi post de 2015, pero me repito. La independencia es un cambio demasiado serio, estructural y de impacto a largo plazo (afectaría a varias generaciones), para que una decisión de ese enorme calibre se tome por una mayoría simple de más del 50%. Un cambio tan brutal, en el que hay tanto en juego, exige más garantías de estabilidad. Sé que este es un asunto delicado, polémico e incluso antipático para algunos, pero para mí está clarísimo: una declaración de secesión debería necesitar el respaldo de una mayoría cualificada de residentes de Cataluña, o sea, de una super-mayoría. Téngase en cuenta, por ejemplo, que un 2-3% de diferencia en votos es casi el margen de error de un empate técnico. No sé dónde poner los mínimos porque para eso están los expertos, pero creo que siempre por encima del 60/40. Digo esto porque lo que hoy es 46-54%, mañana puede ser 54-46%, así que un resultado relativamente ajustado sería muy inestable. Sé que en Escocia o en el Brexit no se planteó así, pero a mí me parece un enorme error que en casos como éstos se invoque una mayoría simple con márgenes tan estrechos.

5. La opción del NO debe ofrecer también algo nuevo, tiene que ser un SÍ al cambio:

Un referéndum en Cataluña que enfrente una opción del SÍ, que promete construir algo nuevo casi desde el principio con la ilusión que la novedad siempre genera, y un NO que solo ofrezca conservar el actual status quo, o sea, una permanencia a España en las mismas condiciones actuales, plantearía un escenario muy escorado en favor de la tesis independentista. Ofrecer a Cataluña lo mismo que tiene ahora no es una opción. El NO tiene que ser un SÍ a nuevas cuotas de autogobierno y de mejora de la financiación que hasta ahora el estado español ha negado a Cataluña.

6. ¿En qué condiciones se convocaría un nuevo referéndum?:

Esto también debe quedar bien regulado. No podemos estar haciendo consultas sobre un tema tan serio cada unos pocos años. Hay que dejar claro qué tiempo se comprometen las dos partes a esperar para poder convocar una nueva consulta. Tiene que haber un tiempo de pausa, de aceptación y de asentamiento del resultado, que genere una deseada estabilidad.

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