Escribo esta entrada en el avión que me trae de regreso a casa desde Colombia, donde estuve toda la semana previa al plebiscito, incluyendo ayer domingo que se anunciaron los resultados. Antes de entrar en materia, quiero dejar claro que nadie en su sano juicio rechaza la paz. Este NO ha sido a un acuerdo concreto, no a la paz. La gente no es tan estúpida como algunos se empeñan en decir por amargura. En este post daré mis razones.
Sé que es fácil decir esto a toro pasado pero a pesar de que siempre me mostré públicamente esperanzado de que ganaría el SÍ, algo me decía que este descalabro era bastante posible. De cierta manera lo veía venir. En la semana que he estado en Colombia no encontré a nadie que contemplara en serio la posibilidad de que ganara el NO y eso ya me puso mosca porque las encuestas no eran tan rotundas para estar tan seguros. Hasta el punto que después se constató que ni siquiera había un Plan B por si ganaba el NO. Como se ve, todo esto se parece bastante a lo que se vivió con el #Brexit. Ciertos patrones se repiten en ambos casos, que estoy estudiando como parte de mi investigación sobre Inteligencia Colectiva.
Mi entorno en Colombia era demasiado optimista mientras yo sospechaba que como el NO era el voto anti-poder, podía estar más sumergido y no se expresaba de forma tan clara en las encuestas y las conversaciones. Percibía un exceso de confianza en el SI. En cambio el NO, que parecía navegar contra corriente, conseguía estar mas movilizado porque se alimentaba de dos fuentes de rechazo: Santos y las FARC, dos figuras que generan pocas simpatías en Colombia. Ya sabemos que el odio contra alguien o algo cohesiona y aporta siempre un plus de energía
Mientras que a Uribe (del lado del NO) le siguen cientos de miles de incondicionales, Santos y las FARC (del lado del SI) no cuentan con seguidores tan apasionados. Gústenos o no, Uribe es un líder para los suyos que Santos no es. Muchos votantes del NO, a pesar de también querer la paz, lo hicieron sencillamente por castigar a Santos y/o porque creían que el acuerdo era demasiado generoso con la guerrilla y no hacia suficiente justicia hacia las víctimas. Mucha gente se quejaba de que el acuerdo consagraba cierto grado de impunidad y que no reparaba adecuadamente a las víctimas. Me falta conocimiento para saber si eso es cierto, pero está claro que éste era de los temas más delicados y que más dudas generaba, incluso entre los partidarios del SÍ.
A pesar de mi frustración porque mis preferencias pierdan una y otra vez en los últimos procesos plebiscitarios o electorales (mi hijo pequeño ya me pregunta por qué “siempre ganan los malos“), sigo creyendo en los mecanismos democráticos y en que no hay otra forma más transparente y sencilla de aportar legitimidad en las decisiones políticas relevantes que la consulta colectiva.
Por ejemplo, a mí no me hace ninguna gracia que el PP sea el partido más votado en España a pesar de ser el más corrupto de la historia de la democracia en nuestro país, pero no por eso voy a pensar que los votantes españoles son estúpidos. Más bien creo que los humanos somos tan diversos que cada uno tiene razones legitimas para priorizar unas cosas más que otras, y debería aceptar que el algoritmo de decisión que usan muchas personas para comparar alternativas pueda dar como resultado que el PP sea la “menos mala” de las opciones para elegir. Insisto, la gente no es estúpida si decide votar al PP por mucho que a mí no me guste porque pueden estar ponderando otras cosas que yo valoro menos. La gente elige desde sus vivencias, intuiciones, creencias e intereses, que pueden ser distintos a los míos. En todo caso, cabría pensar que son las alternativas perdedoras las que son incapaces de demostrar que son mejores.
A todas esas, me gustaría resaltar una singularidad relevante que se da en el caso de Colombia. No cabe aquí la excusa tan socorrida (y a menudo justificada) de acusar al Estado y a los poderes facticos de manipulación en plan come-cocos. Si bien sabemos que el Uribismo apeló al miedo para impulsar el NO, resulta que en esta ocasión el SÍ estaba en el poder, en el gobierno, y contó con muchísimos más recursos para ganar. Hasta la élite económica parecía favorecer el SÍ para poder relanzar sus negocios. De hecho, la pregunta del Referendo era tendenciosa y estaba abiertamente sesgada en favor del SÍ (juzga tú mismo/a: “¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?”) poniendo en evidencia la falta de neutralidad con que fue diseñado. Por mucho que desee un resultado, no mola ganar con trampa. Me consta, además, que todo el aparato del Estado se puso en funcionamiento para favorecer el SÍ. Pero a pesar de todas estas ventajas ganó el NO, e ignorar eso sería un error. Nos tiene que decir algo.
Es verdad que mucha gente que apostó al NO ni se leyó los textos del Acuerdo de Paz y pudo haber ejercido el voto desde cierta ignorancia. Pero esa queja también vale para el SÍ. En todo caso, no se puede frivolizar la opinión plebiscitaria tachándola de “estupidez colectiva” como le he escuchado decir a unos cuantos sin profundizar en las posibles razones que han llevado a ese resultado. Esto ya se hizo con el #Brexit desde el resto de Europa pero, insisto, tienen que haber razones muy profundas para que aun en condiciones tan desfavorables ganara el NO.
¿Qué razones? No tengo una opinión definitiva, ya se verá, pero me atrevo a sugerir algunas. Por ejemplo, quizás las FARC pidieron perdón demasiado tarde. Tal vez Santos no era la figura más creíble para seducir y liderar un cambio tan atrevido. Quizás la gente percibió que la ansiedad de protagonismo de Santos (su personalidad no es que ayude mucho) pudo precipitar las concesiones hasta un punto inaceptable para la memoria colectiva de la mitad de los colombianos que no perdonan a las FARC ciertos comportamientos. Tampoco las fuerzas del SÍ, encabezadas por el Estado, fueron eficaces en la narrativa utilizada para explicar las condiciones más favorables del acuerdo o para desmontar las críticas que recibieron de exceso de benevolencia.
Por otra parte, mirar al pasado para reclamar una reparación justa no puede ser solo una aspiración de la izquierda española o latinoamericana. Salvando las distancias, los que creemos que eso hay que hacerlo con las víctimas del Franquismo y decimos que es difícil construir el futuro sin cerrar con justicia las heridas del pasado, también deberíamos entender que hayan muchos colombianos que aspiren a lo mismo. Esa reparación también se tiene que dar en Colombia donde en muchos sitios hubo algo muy parecido a una guerra civil.
Mi lectura de lo que ha pasado este domingo en Colombia, y a pesar de estar otra vez en el lado de los perdedores, es optimista. Quiero verlo como una oportunidad. Pienso que esto es un paso atrás para dar dos hacia adelante. Me explico.
Tengo claro que para las FARC ya no hay vuelta atrás y que van a estar dispuestas a más concesiones. Han llegado a un punto de no retorno. La razón de eso es bien sencilla: no es el gobierno sino la mitad de Colombia (“el pueblo“, en lógica guerrillera) la que no acepta el acuerdo. No hay un gobierno enemigo a quien echarle la culpa. Por otra parte, el Uribismo ya ha conseguido lo que quería, que era castigar duramente a Santos por su traición.
Siendo optimista, creo que este varapalo plebiscitario va a introducir ajustes en la negociación que harán el nuevo acuerdo más sólido y consensuado. Como es evidente que detrás del referendo hubo también una vergonzante guerra de egos entre políticos obsesionados con pasar a la historia (Santos, Uribe, Pastrana, etc.), el éxito conseguido ahora por Uribe gracias al NO va a permitir repartir los méritos de la Paz final entre más gallitos. Santos podrá decir que impulsó el acuerdo y Uribe que lo mejoró. A más pejes gordos se puedan poner la medalla y salir en la foto por haber influido en el acuerdo final, más probable es que la paz sea duradera porque la sentirán suya y no la boicotearan. Así de asqueante es la política pero es lo que hay mientras no la cambiemos desde abajo.
El proceso hacia la paz será ahora más largo y más complejo, y esa no es una buena noticia para mis amigo/as colombiano/as, pero el reajuste que se dará al Acuerdo de Paz lo hará más robusto y sostenible en el tiempo.
Después de todo, tal vez no sea tan insensato querer buscar la paz pero bajo otras condiciones que generen un mayor consenso. Es verdad que vistos los precedentes de Colombia, a uno le queda la duda de si ese era el único acuerdo posible, pero la mitad de Colombia no parece pensar eso. Y yo lo que creo es que habrá paz con otro acuerdo mejor gracias a éste no refrendado, por todo lo que ambas partes aprendieron en el proceso, incluido el Referendo. Habrá un acuerdo mejor, y más viable, gracias a éste fallido porque quizás había que pasar por este trago amargo para llegar a la solución definitiva.
De hecho, tengo que reconocer que cuando vi que el escrutinio al final estaba tan apretado, empecé a preferir que ganara el NO para que eso obligara a corregir y renegociar el acuerdo. Un SI de 51/49 hubiera sido una victoria pírrica porque al otro día seguirían las dos Colombias enfrentadas. Hubiera sido un “posconflicto” falso, y tenía toda la pinta de eso.
Para terminar, me repito en la idea inicial. Estoy un poco cansado de tanto despotismo ilustrado, de acusar de ignorante o estúpido a todo colectivo que decide algo que contradice nuestras preferencias. Menos mirarse el ombligo y más autocritica. Igual los ineptos somos nosotros por no saber demostrar que nuestra opción es la mejor. Y tal vez ni siquiera es la mejor.
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